miércoles, 4 de julio de 2007

Era la hora de morir....


Caminaba, como solemos hacerlo al término seco del día, como la gente suele hacerlo hacia el diario y cotidiano libro abierto en el que no se escribe. Parecía uno más, pensando en la comida, en los hijos, en el cáncer de las abuelas enfermas, en la mierda que se hace de la mierda, en los lugares que aún no se han visitado, en los pálidos vestidos de las hijas de las vecinas, tan sutiles sonrisas para tan morbosos mundos...

Se había olvidado de la misión y de las abrumadoras observaciones que le provocaron náuseas las noches anteriores. Ahora todo era una masa de gente corriendo tras otra masa de gente, aglomerándose en las paradas de autobús, consultándose la hora mutuamente sin mirarse los ojos y con el gesto de un ser que no quiere nada mas que dejar de ser. Todo ésto le revoloteaba alrededor, opacándo la débil luz nocturna que luchaba contra la tormenta infantil que respiraba húmedos vapores entre los amarillentos faroles rodeados de mosquitos. Ésta ya estaba por caer, y la calles por convertirse en un remedo de río, con el asfalto tratando de imitar los golpes de las noches pétreas y eternamente huecas que carecen de luz, dejando visible un cuadro inestable que es constantemente herido por las personas que lo atraviesan, chapoteando entre las inmundicias de la ciudad, quebrándose la luz entre las piernas con el sólo propósito de fallecer en un lugar mas cómodo, viendo un agradable programa de televisión en una sala de estar mínima, de esas de pequeñas y ridículas urbanizaciones.

En todo eso se resumía el mundo a las 7.33 pm. No era válido vivir a tan altas horas, no era válido vivir más al haber perdido el sentido de la mortalidad humana, dándole la bienvenida a la regla común de perecer nada más, sin saber ni tener la noción de lo que podría haber pasado. "Pero todos tenemos derecho a ese tipo de fin..." se decía, a casi hora y media de casa. "El licor podría ayudarme a redefinir la muerte, la existencia y el valor imprescindible de los salarios que se carcomen los hijos de los propietarios de los expendios que ...." y se paraba, ahí iba otra vez con tanta incoherencia en la cabeza. "Si, el licor es buen aliado". El agua le serpenteaba la piel... le hizo recordar la adolescencia. Pero no había mas fruto de lo ajeno que robar, ni magnética sonrisa que zigzagear con los dedos. La ciudad fulgía por la luz artificial de los sueños, la decadencia se apoderaba del mundo, no había otro camino que emprender el fin esperado. Sería parte de esa parodia de vida.

"Mierda..." alcanzó a decir y la lluvia le sabía (a ratos nada mas) como sal...

1 comentario:

gatos dijo...

Que bien. Me gusta mucho este pequeño cuento. Me da curiosidad ¿que autores te gusta leer?